lunes, 15 de octubre de 2012

La Pereza

Es el más “metafísico” de los Pecados Capitales en cuanto está referido a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia en cuanto tal. Es también el que más problemas causa en su denominación. La simple “pereza”, más aún el “ocio”, no parecen constituir una falta. Tomado en sentido propio es una “tristeza de animo” que nos aparta de las obligaciones espirituales y divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. 
Pero la Biblia es clara en que como el Señor, quien es un Dios trabajador, ordenó el trabajo para el hombre, la pereza es pecado. “Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio.” (Proverbios 6:6).

La Biblia tiene mucho que decir acerca de la pereza. Los Proverbios especialmente, están llenos de sabiduría concerniente a la pereza y advertencias a la persona perezosa. Ellos nos dicen que una persona perezosa odia el trabajo: “El deseo del perezoso le mata, porque sus manos no quieren trabajar.” (21:25); le encanta dormir: “Como la puerta gira sobre sus quicios, así el perezoso se vuelve en su cama.” (26:14); da excusas: “Dice el perezoso: El león está en el camino; el león está en las calles.” (26:13); desperdicia tiempo y energía: “También el que es negligente en su trabajo, es hermano del hombre disipador.” (18:9); él cree que es sabio, pero es un tonto: “En su propia opinión el perezoso es más sabio que siete que sepan aconsejar.” (26:16). 

Proverbios también nos dice el final que le espera al perezoso: “La mano de los diligentes señoreará; mas la negligencia será tributaria.” (12:24); su futuro es sombrío: “El perezoso no ara a causa del invierno; pedirá, pues, en la siega, y no hallará.” (20:4); puede llegar a empobrecer: “El alma del perezoso desea, y nada alcanza; mas el alma de los diligentes será prosperada.” (13:4). 


Bajo el nombre de cosas espirituales y divinas se entiende todo lo que Dios nos prescribe para la consecución de la eterna salud (la salvación), como la práctica de las virtudes cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada uno, los ejercicios de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales cosas, abrigar voluntariamente, en el corazón, desgano, aversión y disgusto por ellas, es pecado capital. 
No hay lugar para la pereza en la vida de un cristiano, pues los santos y mártires como San Francisco y San Ignacio no son ejemplos, y mas la misma imagen de Cristo.  (Efesios 2:8-9). Pero un cristiano puede volverse haragán si erróneamente cree que Dios no espera fruto de una vida transformada. “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:10). Los cristianos muestran su fe mediante sus obras. “. . . yo te mostraré mi fe por mis obras. . . Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.” (Santiago 2:18, 26). La pereza viola un propósito de Dios – las buenas obras. El Señor, sin embargo, fortalece a los cristianos para vencer la propensión carnal a la pereza, al darnos una nueva naturaleza (2 Corintios 5:17).

En nuestra nueva naturaleza, somos motivados a ser diligentes y productivos por amor a nuestro Salvador quien nos redimió. Nuestra antigua propensión hacia la indolencia – y todos los demás pecados – ha sido reemplazada por un deseo de vivir una vida santa: “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad.” (Efesios 4:28). Somos instados a nuestra obligación de proveer para nuestras familias a través de nuestro trabajo. “Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo.” (1 Timoteo 5:8); y para otros en la familia de Dios: “Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.” (Hechos 20:34-35). 

Como católicos  sabemos que nuestros trabajos serán recompensados por nuestro Señor, si perseveramos en ser diligentes: “No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe.” (Gálatas 6:9-10); “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.” (Colosenses 3:23-24); “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún.” (Hebreos 6:10).

El apóstol Pablo es nuestro ejemplo: “….que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí.” (Colosenses 1:27b-29). Aún en el cielo, continuará el servicio de los cristianos a Dios, aunque ya no abrumados por la maldición (Apocalipsis 22:3). Libres de enfermedad, tristeza y pecado – aún de pereza – los santos glorificarán al Señor por siempre. “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” (1 Corintios 15:58).

Tomada en sentido estricto es pecado mortal en cuanto se opone directamente a la caridad que nos debemos a nosotros mismos y al amor que debemos a Dios. De esta manera, si deliberadamente y con pleno consentimiento de la voluntad, nos entristecemos o sentimos desgano de las cosas a las que estamos obligados; por ejemplo, al perdón de las injurias, a la privación de los placeres carnales, entre otras; la pereza es pecado grave porque se opone directamente a la caridad de Dios y de nosotros mismos.


Reseña biográfica: José Ramón González Malavé
Licenciado en Ingeniería Química (Manhattan College) 1975 - 1980
Pastoralista (México) 2000 - 2002
Diácono Permanente Diócesis de Ciudad Guayana
Cooperador Pastoral Vicaria San Lorenzo Zona Pastoral VI (Zona Rural)

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