lunes, 21 de mayo de 2012

El niño que roba ¿Cómo educarlo?


De todas las faltas infantiles, el robo es quizás la que produce mayor impresión y más desagrada a los padres.
Le atribuyen una importancia moral que ella no puede tener, exagerando el aspecto social, temiendo la vergüenza que se abatirá sobre toda la familia, manchada por la presencia de un “ladrón”.
Descargan entonces sobre el pobre niño los castigos más severos, los cuales, digámoslo cuanto antes, en lugar de remediar, agravan la situación, inclinándolo más fuertemente al robo y complicándolo con mentiras y astucias.
Algunos, en lugar de esto, tratan de ocultarlo, cuando el mal exige medidas pedagógicas y médicas, y no el silencio y ocultamiento.
El niño que roba merece cuidados especiales e inmediatos.
¡No es que sea un ladrón, que tenga la noción de propiedad ajena y la conciencia moral de que la está violando!
Esta es una actitud del adulto, adquirida y consolidada.
El robo infantil es indicio de insatisfacción personal, o de tendencias no realizadas, o de enfermedad…
Existen en ese pobre niño móviles (a veces secretos y profundos) que es necesario descubrir para extirparlos, sin lo cual la curación es imposible.
Analizarlo es, por lo tanto, de primera necesidad; y, sin embargo, no siempre es fácil. Veamos los principales motivos.
Carencias profundas
La inmensa mayoría de los padres, sin preparación para el arte de educadores, adeptos de la “palo-gogía”, que piensan que los castigos físicos son el remedio más eficiente para este y otros males, reirá de lo queahora voy a decir: Antes que robar, el niño es robado.
Sí, esta es la verdad. Robado en el afecto al que tiene derecho, o al que juzga tener. Robado en los juegos, que todos ganan, menos él. Robado en caramelos, que no le dan, o no le dan en la medida de sus deseos o gustos. Robado en las promesas que le habían hecho y no son cumplidas. Robado en el alimento que los padres no pueden darle, porque la organización social roba con frecuencia también a los adultos. Robado en la perfección de su cuerpo o de su inteligencia, como en el estado social… Y así sucesivamente.
El robo en el niño es, en la mayoría de los casos, mera consecuencia de la manera en que es tratado. De ello, sin saberlo, sin desearlo, los padres son la causa.
Entiendo que ya estén molestos conmigo, o se rían de lo que les digo. No importa; continúen la lectura, porque nuestra intención es la misma: la corrección del niño; aunque sea por maneras distintas a las generalmente utilizadas por ellos.
Sea lo que sea del robo, el niño, sintiendo profundamente su carencia, procura apropiarse de alguna cosa que lo contente para compensarse.
A veces, según la edad y la madurez, sabe que está haciendo una “cosa incorrecta”. Otras, ni siquiera esto; guarda cuidadosamente el objeto robado, por lo que representa para él, y para que no se lo tomen.
Si es pequeña, ni sabe tener reservas: toma la muñeca, tanto de la hermana como de la niña extraña; desea el juguete de la casa comercial, pide lo deseado a la cajera; carece por completo de la noción de propiedad; subsiste solamente el instinto a satisfacer.
Caramelos y juguetes
Ciertas madres exageran la economía del azúcar. Dirán que los caramelos hacen mal a los dientes (no es el azúcar, sino la falta de cuidados…) Restringen excesivamente… y los niños quedan siempre insatisfechos.
Otras veces, son ellas las que tientan a niños. Los caramelos están a la muestra, esperando la fiesta del día siguiente, o la cena. Y el niño tiene prisa… Si es un helado o una bolsita de pastillas, ni se habla. Bombones, solamente en los aniversarios de los amiguitos, de donde vuelven indigestados (ellos aprovechan…), lo que es reforzado por la doctrina de que no deben comerlos.
No se admiren de que estas víctimas de la “ley amarga” procuren
defenderse como puedan. Sacan los caramelos a escondidas; o el dinero para las golosinas que no les dan o solamente en dosis homeopáticas.
A veces, el niño es defraudado en las preferencias: en lugar del caramelo de naranja que le gusta, le dan el de limón que no le gusta; y roba después el de naranja.
Promesas incumplidas
Dice el proverbio eso “al rico no debas, al pobre no prometas“. Tampoco al niño. Y quien prometa, que satisfaga.
A) Para contentar a la muchacha que está de visita, el padre dijo al hijo que le diese la pelota colorada y que la traerá otra; y no la trajo. El niño saca el dinero de la madre (que es del padre…) para comprar otra pelota.
B) Un caso parecido: el niño “robado” comenzó a sacar caramelos como compensación. Yerran los que obligan a los pequeños a dar los que les pertenecen o los que más le agradan, con el pretexto de formarlos en la generosidad. Yerran, pues no son maduros, no entienden lo que se les ordena, y quedan defraudados. Y esta frustración, en lugar de ser un aprendizaje de la virtud, abre caminos al robo.
El hambre
El niño tiene muchas maneras de hacer frente al hambre. Si es hijo de padres muy pobres, vive en régimen de hambre perenne. Hambre de verdad: subnutrición. No come lo suficiente para sus necesidades (ya no hablamos de la diferencia entre lo que come y lo que ve comer a otros niños). El día que saca una fruta en la feria, o el pan de la puerta del vecino, dinero para comprar caramelos, es fácil, muy fácil entender sus razones.
Aquél otro, de familia acomodada, siente otra especie de hambre: no le dan lo que más le gustaría. En su paladar y en su opción, es también “hambriento” “robado”.
Aquellos padres se disculpan diciendo que no es su culpa de no poder alimentar al hijo; estos otros, diciendo que no se tiene que contentar en todo al niño.
Lo cierto es que el niño sufre un déficit, y procura cubrirlo.
Las inferioridades
De sus deficiencias orgánicas o intelectuales, puede también el niño buscar remuneraciones en el robo.
Es algo deforme; tiene algún defecto físico que lo inhibe, que le dificulta la participación en la vida social del grupo o del cual los colegas se burlan sin caridad; tiene dificultad especial en los estudios, y no consigue vencerla, aunque haga esfuerzos… y busca compensarse en el robo.
Otras veces es la inferioridad social. Mal vestido y mal calzado, sin nada para la merienda, procura con sus robos corregir su situación exterior (y muchas veces interior).
Falta de afecto
La causa más frecuente de los robos infantiles está en la falta de afecto.
Víctima real o imaginaria de la carencia de afecto, busca una remuneración. Piensa resolver de este modo el conflicto interior.
Las causas de estos conflictos no son siempre claras, y frecuentemente los mismos niños no relacionan sus robos con aquellas.
Quienes se nieguen a aceptar esta posibilidad, continuará en sus errores. Tanto peor para ellos y principalmente para sus propias víctimas.
Reconocemos que muchas de estas imperfecciones son cometidas inconscientemente; lo cual no disminuye su eficacia ni tiene razón para despreciarlas. Narraré algunos casos, absolutamente verídicos, que ilustrarán el tema.
- Percibiendo que la madre dispensa más afecto al padre que a él, el hijo de 8 años comienza a practicar robos pequeños.
- Hija única de 7 años, sorprendida con la llegada del hermanito hacia quien se canalizan cuidados y atenciones que antes le pertenecían a, comenzó a robar los objetos de la madre.
- Acostumbrado a dormir con la madre (hábito pésimo por muchas razones), comenzando a dormir solo, el niño de 8 años, más allá de otras actitudes torpes, también empezó a robar.
- Viajando los padres para la Europa, el hijo de 6 años que se quedó con los parientes, practicó una serie de robos, que cesaron con la vuelta los padres y su integración en el hogar. Pero volvió a los robos, cuando la situación anterior se repitió… Caso típico, pues el robo aparece con la frustración afectiva, desaparece cuando cesa, y se repite cuando aparece otra vez.
Así explicamos algunos casos periódicos de robos, que aparecen y desaparecen y “nadie sabe porque”.
Robos inútiles
Muchos otros podría referir, por el fracaso en la escuela, la separación de los padres, después de un castigo más severo, por una medida humillante, por una frustración afectiva, una situación de desequilibrio, una pérdida o una reducción de afecto, un conflicto interior, una angustia o un problema espiritual.
La relación entre el robo y la causa es tan evidente que todos pueden percibirla con claridad, al menos después de explicada…
Se espantan a veces los inexpertos al ver que los niños roban objetos inútiles para ellos. En cada caso se demuestra que el objeto robado es muy útil por lo que significa para el niño.
Por Monseñor Álvaro Negromonte y revisado por el Hno. Gamaliel Gorostieta M.S.

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